domingo, 9 de marzo de 2008

UN ABRIGUITO DE MARCA PARA LA PERRITA FIFI


Cuando les hablo a mis allegados del shock que supone volver a España – y digo España porque es donde vivo, pero a los efectos me vale cualquier país de lo que llamamos civilización occidental – me sonríen con gesto tierno, como el que se le pone a un niño que aún no está en la edad de entender determinadas cosas. Tal vez siga siendo, al fin y al cabo, una niña que no termina de comprender lo que pasa a su alrededor.
Pero miren que me pongo a ello, y sigo sin entenderlo.
En el hogar de Niños de Papel en el barrio de Canapote, tienen una perrita como mascota, que además acaba de dar a luz varios cachorrillos. Los chavales la adoran y están entusiasmados con sus nuevos “hijitos”, sin duda aprender a cuidar de ellos, a tratarlos como a seres vivos y no como a un juguete, es algo que les va a venir muy bien. Enseñarlos a amar a los animales, en esos países donde aún se les trata con excesiva crueldad es una muy buena idea.
Pero ¡ay de mí! si por un casual alguno de esos niños me hubiera preguntado cómo se trata a los animales en mi país. Qué hubiera podido decir yo en esa tesitura. ¿ La verdad ?
Porque la verdad es que en mi país, avanzado y civilizado, hay quien maltrata a los animales, como en todas partes, pero también hay quien los trata mejor que a su propio hijo….
Ayer en televisión hablaban de una feria de productos para mascotas. Una señora orgullosísima enseñaba a media España sus dos tesoros – sus dos perritos – perfectamente vestidos con ropa de marca canina. ¿ Acaso alguien no sabía que hay ropa de marca para perros ?
Cerca de mi antigua oficina, en el madrileño barrio de Salamanca, hay una tienda haciendo esquina que vende todo lo inimaginable – a unos precios de caerse para atrás – para perros y gatos. Cada vez que paso por delante me entran ganas de vomitar.
Adoro a los animales y siempre quise tener un perro. Por vivir en soledad lo más que me puedo permitir es una gatita, a la que alimento con agua y pienso del barato, y en serio que encanta ese animal y soy tremendamente feliz en su compañía, pero no perdamos el norte. Es un gato. No es un niño, sino un gato. Ya.
Cómo les digo entonces a mis niños de Cartagena que en ese país al que tanta gente emigra en busca de felicidad hay miles de personas que gastan enormes cantidades de dinero en sus mascotas, mientras ellos andan siempre con lo justito…. Y te comen a besos cada vez que apareces por ahí – una al año – y les llevas una camiseta.
Así que, sí, efectivamente, volver a la vieja Europa es un shock, pero no es por haber perdido el clima tropical, la playa y las aguas cristalinas, y el cubatita de ron Viejo de Caldas. Eso se echa de menos, claro está, pero su ausencia no te crea un hueco en el corazón.
El shock tiene que ver con los absurdos del mundo civilizado en el que habito y con los que me cuesta tremendamente convivir. Absurdos como éste y tantos otros, que antes siempre venían de Estados Unidos, y nos hacían reír – estos yanquis, están locos – pero que ahora se están metiendo en nuestras casas todos los días como callados invasores, de la mano de esa comodidad que hemos logrado gracias al esfuerzo ya olvidado de varias generaciones.
Y cuando la gente me mira con ese gesto tierno al que hacía referencia al comenzar este escrito, pienso que mis abuelos, mis bisabuelos, esos que lucharon por una España mejor, entenderían perfectamente de qué les estoy hablando.
A ellos también les parecería un absurdo, porque vivían entonces en un país que crecía de sus cenizas y que se parecía mucho más a la Colombia que visité que a este enorme sofá lleno de gente adormilada que a veces me parece mi España de hoy.
Seguramente, ellos entienden mi shock….

No hay comentarios: