lunes, 21 de marzo de 2011

CARTAGENA REPORTING

Pido ante todo disculpas por haber tardado tanto en publicar novedades en este blog.

Parece que fuera contracorriente, en esto del ritmo porque mientras todo en Cartagena parece suceder despacio, con calma, una va acelerada por la vida y no encuentra el momento de darse un respiro, para echar el freno y ponerle unas líneas a la gente que espera noticias desde el otro lado del charco.

Hoy puedo colgar alguna que otra foto, como éstas del "sancocho" que organizó una de las alumnas, Amelia, en su humilde restaurante de la playa de la Boquilla





No es que fuera muchísima gente - el dinero para el transporte más los 5000 pesos (2 euros) de la comida echaron para atrás a la mayoría - pero los que estuvimos ahí pasamos un buen rato.

Es un rincón muy tranquilo. Precisamente porque es una zona humilde y algo alejada, hay mucha menos gente en la playa y no se oyen los estridentes ruidos de los altavoces a todo volumen, castigando al dominguero con los últimos hits del regetón local.

Uno echa un vistazo y es evidente que el local necesita muchas mejoras, pero al final, si la playa es tranquila y limpia (importante, porque aquí las playas están bastante sucias por lo general), y el pescado fresco, no se precisa de mucho más para sentirse como en el paraíso. De ahí el nombre del lugar "Playa Paraiso":


En la foto Juan David, el hijo menor de Amelia, nuestra alumna.

Amelia no atraviesa el mejor momento de su vida. Estando ahí me contaron además que en 2 ocasiones el agua se llevó por delante el restaurante y hubo que recomponerlo de nuevo. Por lo visto en el pasado lucía más lindo y cuidado, pero el mar y la vida van poco a poco erosionando las cosas y donde ayer había buena madera, hoy hay listones de pallets que se consiguieron en el puerto. .

Amelia y sus hijos siguen adelante a pesar de las dificultades pero en Cartagena hay siempre presente un enemigo, de carácter cultural, un clásico del colectivo caribeño, y es la falta de espíritu de esfuerzo, de verdadero sacrificio, por sacar adelante un negocio, una familia, o incluso un hijo.

La dejadez que muchas madres tienen respecto a sus niños pequeños es a veces desoladora.

Nuestro grupo de alumnos fue en su momento seleccionado teniendo en cuenta la importancia de un perfil emprendedor y no existe en general ningún caso que no quiera realmente luchar por un futuro, pero todos viven en una sociedad que día a día les transmite todo lo contrario, y lógicamente, hay veces que no resulta tan fácil decirle que no a la ley del mínimo esfuerzo.

Ya hemos pasado la mitad del curso y el nivel de asistencia es muy bueno, comparado con el habitual. Quiero pensar que esto se debe a que elegimos a las personas adecuadas, tanto para dar las clases como para recibirlas y cuando leo las listas y veo que han asistido 25 personas de las 29 que componen el grupo me llena de satisfacción.

Pasado el tiempo ya es fácil identificar a los mejores de la clase. Y de entre ellos destaca una chica bien jovencita, soltera, sin hijos (milagro!) de aspecto frágil, llamada Angélica. Fue la única en contestar perfectamente todas las preguntas del examen sorpresa con el que los amargué la mañana hace tres sábados.

Y Angélica, junto con otros compañeros destacados debería llevarse consigo un incentivo mayor que el del resto de compañeros, aunque como digo, todos y todas me siguen sorprendiendo por su constancia y compromiso, salvo casos puntuales que en general tienen más que ver con la necesidad de trabajar en horas de clase que con la falta de interés.

Por eso es un pequeño tormento ver el tema de los incentivos, porque a uno le gustaría ser Papá Noel y ayudarlos a todos por igual y con un dinero que permita mejora sustancial en sus pequeños negocios.

Pero no todo en la vida puede ser como uno desearía y realmene pienso que el mejor regalo que les podemos hacer es la formación que están recibiendo. No sólo en materia de gestión empresarial, también todo lo que aprenden en los talleres de refuerzo personal.

Algunas de las alumnas reconocen que su trato con el prójimo, especialmente con la familia, los hijos, ha mejorado mucho desde que acuden a estos talleres, en los que se habla de tolerancia, de esfuerzo, de saber perdonar, de ponerse en el lugar del otro..

El incentivo será eso, un detalle, un regalo, un pequeño premio por su demostrado compromiso y valía, pero serán ellos los que tengan que despegar - eso sí, con asesoría - y empezar a volar solos.

Hace poco les puse un video en el que hablaban de una señora muy humilde, que vendiendo "maticas" (plantitas) en la calle, pagó su casa y la educación y alimientación de sus 3 hijos. Se necesitaba a sí misma, pero eso sí, con la moral bien alta, con las pilas y los 5 sentidos bien puestos, y con el pleno conocimiento de que las cosas dependen mucho más de uno mismo que de los demás.

Y la historia de esta mujer me lleva a penar en otra de las contradicciones de este impresionante país: uno pasa de encontrarse gente que no trabaja por no tener que madrugar, aun pasando penurias, a gente que duerme cuatro horas al día o incluso menos, y se deja el cuerpo y el alma en su pequeño negocio, con tal de que sus hijos puedan algún día ir a la Universidad. Gente como la señora de las maticas.

Y cuando uno se encuentra con alguien así, no puede sino intentar colaborarle, ayudarle, darle su empujoncito. No por caridad, ni por compasión, sino por pura justicia, por equidad, porque es simplemente lo que debe ser.

Encontrar esos pequeños héroes entre la multitud de gente que malvive en los barrios pobres de Cartagena es un gran reto, y una experiencia tremendamente emocionante.

A veces tras muros de lata y cartón encuentra uno a alguien fabricando cajas con cartón reciclado, cosiendo muñequitas, o haciendo artesanías en madera y totumo, arreglando zapatos, pintando uñas, ....Por eso hay que asormar la cabeza de cuando en cuando, porque estos héroes no llevan credenciales ni anuncian sus negocios con luces de neón.