sábado, 19 de julio de 2008

Una deuda pendiente


Hoy me salto un poquito el protocolo, porque últimamente aquí sólo hablamos de los niños y de sus problemas, y de nuestro microproyecto.
Digamos que he aprovechado nuestro blog para haceros llegar sus historias y abriros la ventana a sus realidades, pero hay otra pequeña historia que tengo pendiente de mostrar aquí, algo así como una pequeña deuda con unas mujeres excepcionales que tuve el privilegio de conocer cuando estuve en Cartagena.
Todas trabajan para una gran ONG, que por su tamaño y envergadura, precisa de un servicio casi continuo de limpieza y logística. Si a uno le preguntaran cuántas personas son necesarias para que aquello esté siempre “en perfecto estado de revista” uno pensaría en una cifra mucho mayor….. y sólo son 5, y no todas trabajan a jornada completa.
Se trata de Anita, Betty, Gina, Rosa y Caro.
Estas mujeres hacen que todo sea siempre perfecto. Todo está siempre limpio. Los distintos refrigerios que deben preparar a diversas horas del día para los alumnos del centro, para los que alquilan las salas de presentaciones, para los propios trabajadores de la ONG…. Siempre están listos a tiempo, y siempre están deliciosos.
El almuerzo que suele preparar Betty es digno del mejor chef de comida casera colombiana. En mi vida aspiro a probar un sancocho como el que ella guisa y es por ello que ya renuncié a pedirlo en ningún otro lado que no sea el comedor de Actuar por Bolívar.
La mayoría de estas mujeres viven lejos de su centro de trabajo. Toda vez que debe estar limpio y reluciente cuando el primer trabajador se incorpora – o sea, a las ocho de la mañana – podéis imaginaros el madrugón que se tienen que dar. O mejor dicho, no, no os lo podéis ni imaginar. Lo normal es levantarse a eso de las 4 o las 4 y media.
Todas tienen una familia a la que cuidar, alguien a quien alimentar, una casa que mantener… y ¿creéis que pueden con todo eso? Pues pueden con eso y con mucho más…..
Yo las observaba a todas y cada una con infinita curiosidad. Intentaba encontrar la respuesta a ese misterio, intentaba encontrar en sus ojos, en su forma de actuar, la clave para poder llegar hasta donde llegan, pero no de cualquier forma, no, sino con una enoooorme sonrisa en sus rostros….
Yo llegaba a eso de las ocho – ocho y cuarto con un ojo cerrado y el otro a medio abrir. Y ahí estaba Anita, pasando el trapero, sonriente, cantando alguno de sus vallenatos preferidos. Y yo le preguntaba ¿cómo lo haces, Anita? ¿cómo lo haces para tener siempre ese aspecto de máxima felicidad, con el trabajo que tienes, con lo mucho que madrugas? ....
Y ella me responde sin dejar de sonreír: “no me queda otra, ¿no crees?.” No le cabe en la cabeza más opción que la de iluminarse a sí misma y a los demás con sus ojitos brillantes y sus bromas matinales a la hora en la que yo sólo soy capaz de pronunciar una palabra: CAFÉ.
Desde la sombra de las cocinas, la zona menos noble, todas y cada una aportan además su granito de arena.
No son ajenas a la realidad que las rodea, aquello está lleno de niños de estrato bajo, de gentes que buscan un pequeño crédito con el que comenzar su negocio y buscarse la vida…. Siempre hay algo pequeñito en lo que contribuir, ellas lo saben, y lo hacen …
Al principio de llegar a Actuar, ellas muy comedidas me subían el café con leche – como me gusta a mí – al despacho, luego opté por bajar a la cocina y preparármelo yo misma, por no darles más faena que la que ya tenían, que no era poca.
Aún recuerdo sus ojos sorprendidos cuando lavé mi taza después de comer, o cuando les pregunté, sentadas ya todas después de su pequeño descanso para almorzar, si alguna quería que le sirviera el café.
En un mundo donde todavía le miran a uno distinto por el trabajo que desempeña o por el color de su piel, algunos se sorprenden cuando otro les mira con cara de igual, y les trata como trata al resto, con respeto, con amistad o con admiración.
Sirva el presente pues, para homenajear a estas mujeres anónimas, silenciosas, que sin sacar su cabecita del lugar en el que Dios las puso, siembran amor y sonrisas por donde quiera que van… Tal vez sea ese espíritu Caribe con el que nacieron, esa sabiduría ancestral heredada de sus antepasados, la que todos los días les repite que a la vida, venga como venga, hay que sonreírla y disfrutarla y sacarle su jugo hasta la última gota.

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